Pasó una semana y eso fue lo único que pasó: el tiempo. Pareciera que en Argentina ya no tenemos poder de sorpresa. Nada. Ya no tenemos capacidad de asombro. Las cosas pasan y ahí quedan. En el recuerdo. Pero, se insiste, no pasa nada. La cancha de Gimnasia y Esgrima de la Plata podría haberse convertido en la tumba de decenas de personas. Lo vimos todos en vivo y en directo. Los tucumanos, pegados al televisor ya que ese partido del “Lobo” contra Boca podía llegar a marcar el destino de lo que sucede con Atlético Tucumán. Nueve minutos habían pasado (otra vez, sólo tiempo) y la tormenta perfecta se precipitó sobre el bosque platense, aunque no hubiera llovido ni una sola gota. Fueron sólo algunas horas. Pocas. Lo suficiente como para pasar algunos informes, imágenes de gente desesperada, ahogada por los gases lacrimógenos, familias huyendo de una represión a manos de agentes que aparentemente lo único de lo que tenían ganas era de apretar el gatillo. Hinchas suplicando por un poco de agua para mitigar el taponamiento de las vías respiratorias. Chicos llorando, muchos de ellos separados a la fuerza de sus padres, que los perdieron en medio de la marea humana. Lo vimos todos. La barbarie, el salvajismo de los que están para cuidar. De los que reciben un sueldo para proteger que en pocos minutos se habían transformado en una horda de salvajes que le disparaban a cualquiera, sin importar sexo ni edad. Fueron horas además porque en este mundo donde casi todo se hace apurado, al otro día ya había más fútbol. Eso, que comenzó siendo un deporte y que ahora es más que nada un negocio. Eso por el cual se mata. Y no pasa nada.
El 12 de septiembre, hoy hace justo un mes, asesinaron a Manuel “Berenjena” López de un tiro en la cabeza, a menos de 100 metros de la cancha de San Martín minutos antes de que comenzara el partido más importante del año contra Belgrano de Córdoba y en el mismo lugar por donde miles de personas pasaban para llegar a la cancha. Pasó un mes. ¿Hay imputados? Sí. ¿Detenidos? Sí. ¿Alguien se encargó de investigar los vínculos de la barra? ¿Por qué la víctima tenía entradas en su poder? ¿Cómo puede ser que una persona circule entre una marea humana y la Policía portando un arma y ejecute a otra sin que nadie haga nada para impedirlo? No. La causa está circunscripta el homicidio. De saber con quiénes hacen negocio los barras, cómo obtienen las entradas, cómo venden las drogas, nada. No pasa nada. En la cancha de San Martín se jugó a minutos de que mataran a una persona. Y no, no pasa nada. Días antes, Pablo De Muner, el técnico santo, había denunciado haber sido víctima de amenazas y que incluso le tiraron un perro muerto frente a su casa. Aseguró que había dirigentes que no querían que él siguiera en el cargo. ¿Algún fiscal actuó de oficio cuando se enteró de esto? Ni hace falta consignar una respuesta.
El 20 de septiembre, otra vez hace menos de un mes, los jugadores de Colón de Santa Fe, entre los que estaba el “Pulga” Luis Rodríguez fueron brutalmente apretados por la barra brava “por los malos resultados”, tal como les dijeron. Una semana después la Justicia ordenó la detención del vicepresidente tercero, Horacio Darrás, quien incluso admitió que él había mandando a los delincuentes a amedrentar a los jugadores. Una locura.
Después del bochorno en la cancha de Gimnasia, donde, si no se recuerda, hubo un muerto producto de la brutal represión, el gobernador Axel Kicillof aseguró que la Policía bonaerense había actuado “de la peor manera”, pero le sacó toda la responsabilidad a su ministro Sergio Berni, de quien dijo que es un funcionario que trabaja mucho y que había actuado de manera correcta. Berni y el presidente de Gimnasia, Gabriel Pellegrino, cruzaron acusaciones en todos los medios pero nadie sabe decir aún a ciencia cierta si hubo sobreventa de entradas y mucho menos por qué la Policía actuó de esa manera, tirando incluso granadas de gas por debajo de los portones de la cancha donde estaban los hinchas.
Hace un mes, el 12 de septiembre, la locura se desató en la cancha de Sportivo Guzmán. Los hinchas del visitante, Jorge Newbery de Aguilares, a pesar de que iban ganando, invadieron el campo de juego y agredieron a los locales, al árbitro y destrozaron las instalaciones. Podría haber sido una tragedia. Otra más. Y ahí quedó, como si nada. La Liga se siguió jugando como si nada. Hasta aquí, una de las pocas salidas que ofrecen las autoridades de seguridad es poner más policías para el control de los espectáculos deportivos. Ese dinero lo ponen los clubes. A más policías para que cobren, ¿se entiende quiénes son los únicos que ganan con la violencia? ¿Nadie investiga si hay vínculos entre los violentos y los dirigentes? ¿A nadie le preocupa que después esos mismos violentos aparezcan como grupos de choque en actos políticos? ¿Nadie sospecha de connivencia entre estos delincuentes y dirigentes? Nada, de nada. Pero nada,
El lunes fue el día mundial de la Salud Mental. En una nota publicada en LA GACETA, el psicólogo Lucas Haurigot Posse afirmaba: “hay que concientizar sobre lo que es importante. La violencia se aprende, uno no nace siendo violento. La gente anda con un nerviosismo importante y lo que vivimos nos afecta. Tenemos un estado de insatisfacción constante. Todo refleja lo que estamos viviendo. Es un momento muy complicado”. Gran parte de la sociedad está enferma y el fútbol no es la excepción.
En medio de esta espiral de violencia, Matías Argañaraz nos regaló un poquito de esperanza. El pibe de 9 años se hizo viral este fin de semana cuando luego de ganar con su club San Martín un torneo fue a consolar uno por uno a sus rivales de River Plate mientras sus compañeros festejaban. “Les decía que no se pongan tristes y que lo sigan intentando”, explicó el nene, con la inocencia de quien todavía corre detrás de una pelota para divertirse y aprender. Son los ejemplos que todavía nos permiten creer que puede haber un futuro mejor. Una sociedad donde, cuando pase algo, no quede en la nada. Y donde se pueda seguir buenos ejemplos. No lo que estamos viviendo hoy.